Y así
fue, en City Bell, el sábado 18 de febrero desde las 18:30 hs., hasta llegado
el nuevo día.
(Cruzando el río en bicicleta, fragmento)
LA LENGUA
A mi
hijo el profesor argentino de violín le pregunta:
–Tu papá
es esloveno y tu mamá ¿de dónde es?
–Es
argentina pero nació en Belgrado.
–Ah
¿es serbia?
–No,
es argentina.
–No,
es serbia. Si vos naciste en Italia, sos italiano. Yo nací en Argentina, soy
argentino, por lo tanto, tu mamá, si nació en Serbia, es serbia.
Felipe
se queda mudo y piensa. No comprende el razonamiento. Desde que nació su madre
para él es argentina.
–¿Y
qué lengua habla tu papá?
–Esloveno
–¿Y tu
mamá?
–Español.
Pero nosotros en casa hablamos muchas lenguas: yo con mi hermano hablo
esloveno, con mi papá italiano, con mi mamá español y mi papá y mi mamá entre
ellos hablan serbio. Y mi hermano con mi mamá español y con mi papá esloveno.
–Pero
¿tu mamá habla esloveno o serbio?
–Mi
mamá habla serbio pero los eslovenos entienden a los serbios, y los serbios a
los eslovenos.
–Ah,
como nosotros con los peruanos.
Concluye
el profesor. (…)
(Cruzando el río en bicicleta, fragmento)
EX
(…)A veces dialogo con Yugoslavia. Es
simpática. Miramos el río. Me dice que todas las cosas acaban en algún momento.
Cuando muere un ser querido, muere una parte de nosotros. Es así. Quedan los
recuerdos. La nostalgia. Eso también es lindo: vivir en el recuerdo y en la
nostalgia. Es una forma de ilusión, de placer, de consolación. Me río sola.
–Eras absurda. ¡Cuántas cosas
ilógicas te sucedían! Nos divertíamos. Nos queríamos. Creíamos. No en Dios,
seguramente. En otras cosas. Menos fantasiosas. Quizás más simples. Disfruté de
tu alegría. Tus ganas de compartir. Te entregabas sin reparo y me decías que te
pertenecía. Y yo gozaba de tus olores, de tus certezas. Una vez viajaba en un
tranvía. Iba a estudiar música. Uno de mis primeros viajes por la ciudad.
Siempre con tu desorden. Todos amontonados. La gente subía en la estación de la
Bajlonova Piaca, la feria ¿te acordás? De nuevo los perfumes. Los repollos
grandes, frescos y el queso blanco que siempre probaba y que las campesinas
ofrecían sonriendo. Un señor subió con un cerdo. Lo llevaba con los brazos
alzados. No sabía dónde ponerlo. Estábamos todos apretados. Me miró. Me sonrió.
Lo plantó sobre mi cabeza. Buscó mi condescendencia. Alcé los hombros y me
quedé con ese sombrero. ¡Eras absurda!
A veces lloro. Lágrimas contenidas.
Plenas. Yugoslavia sonríe. Toma una botella. De aguardiente, naturalmente.
Sirve, lenta, en los vasitos. Me mira a los ojos, brindamos.
Se va.
Cecilia Prenz y Leonor Arnao
Cecilia Prenz, Vicky y Gabriela Pallaoro
Cecilia Prenz, José María Pallaoro y Raúl Cadelli
José María Pallaoro, Cecilia Prenz y Fernanda Cañedo
Ronda
Ronda
José María Pallaoro, Dusan Kopusar, Cecilia Prenz y Julián Trovero
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